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El Regalo de Ana

El teléfono celular sonaba en la otra habitación. Ni siquiera sabía cuanto tiempo llevaba haciendo aquella alharaca que lo había despertado. Primero se cubrió los ojos para protegerse de la luz que ya se filtraba en las cortinas de la recamara. Luego, a manera de impulso, bajó su mano, la introdujo hasta su ingle y suavemente se rasco el vello del pubis como lo hacía cada mañana. A su lado, las sabanas se agitaron, se jalaron y se quedó impávido fuera de ellas. Entrecerró más los ojos para tratar de localizar el origen de aquel ruido. Bajó la planta de sus pies, el suelo era demasiado frío para levantarse, los volvió a subir a la cama hasta calarlo de nuevo.

No sabía como se había quedado desnudo con la helada brisa y para colmo no podía encontrar siquiera su ropa. Abrió lento la puerta, el sonido era más escandaloso en la otra habitación. ¿Pero de donde diablos provenía? Sobre el piso había ropa regada por todas partes, el olor a cerveza se hacía más denso y el humo de los cigarrillos aun no se disipaba.

Sonaba. Y en su pantalón de mezclilla rasgada que tanto le había costado no estaba. Levantó la blusa de su esposa, la color rosa que le había regalado en el verano pasado cuando se quedaron varados en su luna de miel sin equipaje. La verdad le gustaba como se asomaban esos pezones debajo de ella. No, no estaba.

El silencio se detuvo por un instante. Ya no lo volvería a encontrar.

Tomó la chaqueta marino y la camisa de algodón negra, las colocó sobre el silloncito de la sala y continuó levantando. Lo siguiente en descubrir fueron las bragas de la otra chica, eran tan vulgares como sexys, como siempre prefería la ropa interior de mujer que cubriera un poco y no de ese tipo de calzones que dejan las nalgas al descubierto. Siguió buscando y nada.

Al otro lado escuchó como se levantó. Hizo un ruido extraño, como un tosido, y luego la puerta del baño se cerró. El teléfono volvió a sonar.

Levantó el otro pantalón, el de algodón oscuro que combinaba con el saco y la corbata y lo dejó con suavidad en el respaldo del love seat. Escarbó bajó el sillón y bajó la mesita de noche. No estaba. Se rascó la cabeza preguntándose “donde” cuando lo vio bajo la trusa blanca que no era suya. Lo había encontrado.

Del otro lado reconoció la linda y aniñada voz de la que se había enamorado. Era difícil distinguirla tras de todo aquel ruido que entorpecía la recepción.

— ­ ¿Dónde estas? ¿Siguen en la cama?­ ¿a que hora se piensan levantar?

— ¿Dónde, dónde estas?

— Afuera

— ¿afuera de donde?

— Del hotel. Salimos a desayunar algo.

— Pero ¿y tu ropa?

— Me prestaron algo. No quería despertarte pero quería hacerte la travesura.

— ¿Dónde estas?

— Vamos para allá no te preocupes.

Detrás de la voz escucho el ruido de un autobús y el de alguien gritando. Luego, cuando el ruido se alejó, la escuchó de nuevo.

— llegaremos en un rato más, no te preocupes. Oye por cierto.- bajó la voz tanto que casi no se le podía escuchar.- ¿ya te echaste el mañanero de costumbre? Yo ya.

— Estas loca. No sé como pude aceptar esto.

— Vamos, no seas payaso. Me tengo que ir, nos esperas no seas culero.

— Ana, espera.

El tonó le indicó que había colgado. Era una de esas cosas que siempre detestaba que le hiciera. A veces cuando hablaban por teléfono tenía que colgar de improviso por que su jefe regresaba al trabajo, por que su padre andaba cerca, por que iba a bajar del taxi, por que debía entrar a clases. Siempre había un pretexto y siempre era él se quedaba mudo cuando colgaba. Era extraño pero casi nunca se despedían.

Tomó la ropa, la esculcó, encontró su bóxer debajo de la falda tableada que ahora estaba tan de moda. Se rascó la cabeza de nuevo sin saber que hacer y como regresar a la habitación.

Ni siquiera recordaba el nombre y trataba de no pensar en el físico para no llevarse la desilusión una vez llegada la mañana. Entró lentamente. ¿Qué debía de hacer? ¿Sentarse y conversar, acostarse de nuevo y fingir que volvía a dormir, encender la televisión y olvidarse de todo? Vestirse y salir corriendo.

Al final de la habitación, en uno de los rincones, había una última cerveza sin abrir, era la lata que Ana no había encontrado anoche y que ahora, con la luz del día, podía distinguirla muy pícara escondida.

Sin entender por que, encendió la televisión mientras caminaba descalzo por la cerveza, apenas la tocó y la sostuvo, la abrió derramando la espuma entre sus dedos. La saboreó, aspiró el olor de su leve alcohol, se sentó en la esquina de la cama. Apenas rozaba el líquido sus labios cuando salió del baño.

Afortunadamente no se arrepentía de esa situación, otras veces había sido horrible cuando los estragos de la bebida le engañaban los sentidos y que, al amanecer, el encanto se perdía y acababa encerrado con un dragón en la habitación.

No era así.

Lo primero que le regaló fue una sonrisa. No era el único nervioso al parecer, pero después de una noche vertiginosa sexualmente ambos no sabían que decir. Le sonrió y trató de seguir interesado en como Cositas construía una casita de pájaros con palitos de paleta.

—No están. —dijo mientras buscaba el control remoto. — fueron a desayunar.

Se giró observándole, le agradaba, pero como siempre procuraba no demostrarlo. Buscaba también su ropa y trataba también de no dar la cara, al darse cuenta que no era buen pretexto, terminó por sacudirse las manos y caminar bonachonamente hasta la orilla de la cama y sentarse junto a él.

¿Qué más podía hacer?, no sabía de que hablarle. Ahí a su lado no quedaba de otra más que invitarle de la cerveza que había encontrado, le estiró el brazo y la tomó, se la llevó a la boca y dio un respetable trago. Bajó la lata mirando la televisión sin parpadear.

— ¿Qué estas viendo?

Ni se acordó de lo que veía, sencillamente pretendía mirar pensando en evitar que su cuerpo reaccionara y tuviera una erección en ese momento de nervios. Volteo a la pantalla y el programa de la mujer de las manualidades continuaba.

No podía explicar por que veía ese programa para niños, buscó el control remoto y justo lo encontró bajo la piel de la pierna de su amante. Podía estirar el brazo y cambiar el canal, pero tocar esa piel de nuevo hubiera sido algo muy audaz. No era la primera vez que él y su esposa cambiaban parejas pero en esta situación le resultaba profano.

Observó el tatuaje de cráneo sobre su brazo derecho, el mismo que se reflejaba el espejo del fondo. La figura del águila con las alas abiertas sobre su marcado bíceps, su rostro detrás de ese cuerpo tentador y el reflejo de la luz de la cortina. Fue cuando se dio cuenta de que le miraba.

Había miedo, nerviosismo y emoción en sus ojos, tan brillantes y tan cafés como nunca había visto otros, su piel morena y sus blanquecinos dientes. Su cabello oscuro. El contorno de su pecho, sus brazos lampiños. Era tan distinto a hacerlo con Ana.

Algo le estaba atrayendo, se estaban acercando, se iban a besar.

Todo aquello era idea de Ana, primero fueron las confesiones donde hablaron de cada una de las personas de su pasado, luego los planes para cada una de las personas del posible futuro. Sus salidas nocturnas y los encuentros con personas que buscaban lo mismo que ellos. Luego vino su insistencia y él accedió gustoso. La miró enredarse en los brazos de una chica morena que usaba pupilentes grises. Como le había gustado aquella chica, solo una vez la vio sin que estuviera Ana presente. Al final ella le dijo “es muy guapa ¿verdad?” y fue todo. Se tenían confianza, sabían negociar su matrimonio. Por eso no se mentían.

Pero la noche anterior había sido diferente. Habían conocido a una pareja y los cuatro se hospedaron en un motel garage. Estacionaron sus autos y cada pareja tomó la habitación a cada lado. Ana y él estaban en la habitación de la derecha, los otros tomaron la izquierda, luego Ana abandonó semidesnuda la habitación y lo dejó solo esperando. Muchos minutos después entró Karen también semidesnuda. Era una chica muy linda, paliducha y de cintura estrecha, y de estatura media, con un par de pequitas sobre sus mejillas, muy cercanas a los ojos y una sonrisilla picaresca.

Todo fue muy bien, por lo menos casi todo, Karen era de las chicas a las que le gusta lucir tangas de encaje e hilo dental. Cosa que a David no le agradaba mucho. Era tierna, sencilla y se quedaron dormidos después de hacerlo por media hora. Era tierna aun durmiendo.

Luego Ana regresó, lo encontró en la cama con Karen. No dijo nada, solo se sonrió.

— ¿quieres que lo hagamos ahora? —le preguntó

—no lo sé, no estoy seguro.

—anda, vamos. Ya lo has hecho antes, lo hicimos antes de casarnos ¿Qué te detiene ahora?

Y era en verdad cierto. Ya habían pasado por distintas pruebas mucho antes de comprometerse para toda la vida. Pero a David las cosas se le habían modificado a partir de decir “sí, acepto”. Ahora esperaba que las cosas no se les complicaran, que quizá y en el fondo, dejaran de ser tan “aventados”.

La miró fijamente, con sus ojitos ladinos y con esas luces en el cabello que la transformaron en rubia para la boda.

Karen se había retirado a la otra habitación, la miró cruzar la recamara y la salita detrás de la puerta, cerró la entrada que daba a las escaleras y regresó con su pareja.

—no te preocupes, él esta de acuerdo, yo convenzo a Karen.

Al final, asintió con la cabeza. Le agradaba la idea, no había por que preocuparse, ambos estaban de acuerdo y jamás harían nada que la otra pareja no lo estuviera.

Como aquella ocasión en que todo salió mal. Se habían reunido con otra pareja para que la chica lo hiciera con Ana y su novio, mientras David observaba. Pero después de diez minutos, la chica armó un escándalo por que su novio le había dicho a Ana que era muy hermosa. Ambos pelearon y la chava terminó encerrada en el baño llorando. Al final Ana y David se marcharon espantados.

Acabaron en un bar bebiendo cerveza para olvidarse del bochornoso asunto y terminaron ebrios haciéndolo en su respectiva cama. Tiempo después había sido David quien al contestar el teléfono saludaría a la chica quien se disculpó con él y pidió hablar con Ana. Dos horas después fue el chico. Al final Ana se los cogió a los dos por separado sin que ambos se enteraran. “júrame que nunca nos mentiremos como ellos lo hicieron y que lo negociaremos para nunca lastimarnos”

Y pensar que por un instante imaginó que aquella vez era el fin de sus aventuras.

Tocó sus labios, los recordó como si se conocieran de años atrás. Su lengua, su saliva. Su piel era calida, como si aun estuviera dentro de las sabanas y no bajo ese frío templado de invierno. Se acomodó acercándose y le pasó el brazo por los hombros. Esa era una escena que a Ana le gustaría observar a escondidas. Levantó su mano y la dejó caer recorriendo la espalda suave. Imaginó tocar los tatuajes, que cobraban vida con el solo roce de sus dedos. ¿Cómo es que había dudado tanto en hacerlo?

Cuando se quedó solo ni siquiera supo que hacer, también había encendido la televisión, para distraerse y no morirse de nervios. Era la primera vez después de casados. ¿Acaso el matrimonio no ponía obstáculos para limitar sus desenfrenos?

Afortunadamente para Ana y para él no.

Tocaron a la puerta de manera suave, aunque sabía que ya estaba del otro lado hacía rato. ¿Por que las mujeres siempre son las más decididas? Bajó el volumen de la televisión con sus películas para adultos en sus canales de paga. Le indicó que entrara y fue como lo vio más detenidamente. Era Oscar. Definitivamente estaba nervioso, David tenía el pretexto de su reciente matrimonio pero él…

Traía su ropa consigo aunque andaba en calzones. Tiraron su ropa en los sillones de la sala y se encerraron en la recamara. Ahí ambos se hicieron el amor.

Casi una hora después fue que Oscar le preguntó:

— ¿Qué crees que estén haciendo las chicas?

Cuando David imaginó lo que podían estar haciendo en la otra recamara sus respectivas mujeres, deseo ser transparente para poder espiarla de manera voyerista.

Solo alzó los hombros y se dejó abrazar por los tatuados brazos de Oscar mientras él encerraba en la concha de sus manos el miembro de su amante.

Se tocaron y se besaron, se acariciaron con fuerza y agilidad. Se entregaron con sus lenguas y con sus cuerpos. Con la sombra rasposa de la barba de Oscar lijando la garganta a David, con los fuertes brazos de este atenazándolo como una pitón a su presa.

Después de dos programas de caricaturas Cositas terminaba pintando la casita de madera para las aves. El sol parecía el del medio día por la ventana y David podía sentir aún los brazos de Oscar sobre su pecho. Su aliento fuerte y agresivo, su respiración lenta y arrulladora. Ojalá y algún día lo volvieran a repetir. Ojalá y así sea le dijo David.

El celular volvía a sonar, lo había dejado al lado de la cama. Checo el numero auque sabía que era ella. Se lo llevó al oído con cuidado de no hacer mucho ruido, aunque no deseaba levantarse y soltarse del cuerpo de su amante, buscó la mejor manera de sostener el teléfono con su mano izquierda y escuchar.

—ya estoy aquí.

Su voz era como una cancioncita burlona estirando el sonido de la i. entonces escuchó las risas demasiado cerca para provenir del celular. Se irguió un poco y las vio ambas. Cínicas y descaradas riendo triunfantes de ver a sus parejas en la cama. Oscar levantaba también la cabeza para ver, cuando, los cegó la luz del flash. Karen había tomado la fotografía y Ana había saltado sobre la cama como una niña.

—Feliz cumpleaños mi amor. Espero que te haya gustado mi regalo.

La miró fijamente cuando no podía entenderlo bien. Pero ella le había señalado a Oscar con la mirada. Ana, siempre Ana. Era de esperarse que ella planeara un regalo como ese tanto para él como para ella.

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